Andrea Jaque
Este espacio que guarda la dulzura de la infancia y la honestidad de los antiguos oficios.
Allí, vive y trabaja una mujer que cambió la sala de clases por la cocina y que desde su
jubilación como profesora decidió entregarse de lleno a una pasión que siempre la
acompañó: la pastelería.
La historia de Hebert Fuller Cárdenas es también la historia de muchas, de esas que
enseñan con las manos y alimentan el alma. Su repostería tiene el sabor de las recetas
clásicas, esas que no pasan de moda y que siempre vuelven a la mesa con la misma
ternura: tortas, pasteles y empanadas de horno a pedido, todo preparado con la
dedicación que sólo otorga el cariño verdadero.

Su local, con un estilo vintage y acogedor, también ofrece productos de almacén, pero lo
que realmente cautiva es el ambiente de confianza que ha sabido construir. En sus
vitrinas no solo se exhiben delicias, sino también una promesa silenciosa: la de mantener
la calidad, respetar los sabores de siempre y ser honesta con cada preparación.
“Me hace feliz cuando las cosas le gustan a las personas”, dice con la humildad de quien
entiende que cocinar es también un acto de amor y lo ha logrado: su clientela es fiel,
sabe que aquí no hay secretos ni fórmulas prefabricadas. Aquí la palabra vale más que
un papel firmado y el sabor, como la confianza, no se traiciona.
De martes a sábado, a partir de las 12 del día, este rincón abre sus puertas para recibir a
quienes buscan algo más que un buen bocado: buscan una experiencia, un reencuentro
con lo auténtico y cuando llega septiembre, los pedidos se multiplican desde el año
anterior. No es casualidad. Hay lugares que, sin quererlo, se transforman en parte del
corazón de una comunidad.

