No son hoyos, son cráteres. Verdaderos abismos en el asfalto que más lucen como vestigios de un campo de batalla que parte de una ruta que conecta a cientos de familias con el resto de la comuna. Así está la ruta R-35 hacia San Andrés, en Collipulli, un camino que se cae a pedazos mientras sus habitantes ven, una vez más, cómo las promesas se las lleva el viento, y el barro.
Ya en verano se encendieron las alarmas. Se enviaron oficios, se hicieron declaraciones públicas, se avisó por todos los medios posibles, pero la respuesta fue la de siempre: “Vamos a arreglarlo”. Un “sí, claro” que resuena como un eco vacío entre los árboles y potreros que bordean el camino.
Pasaron los meses, llegó el invierno y con él, la pesadilla. Los hoyos de ayer son hoy verdaderos cráteres que tragan neumáticos, doblan llantas y ponen a prueba la paciencia de los conductores.
Los vecinos —en su mayoría pequeños y medianos productores— son los que pagan el precio más alto. Sus vehículos, herramientas fundamentales de trabajo y vida, se deterioran día a día. “Aquí no ha pasado una tragedia solo por milagro”, dicen algunos. Porque no se trata solo del daño económico: cada viaje es una ruleta rusa. Cada curva con barro, cada bache cubierto por agua es un riesgo latente. Y sin embargo, la respuesta institucional sigue siendo la misma: promesas, compromisos, plazos inciertos.
Quienes viven en San Andrés y sectores cercanos aseguran sentirse abandonados. “En Collipulli no hay ciudadanos de primera ni de segunda. Todos merecemos el mismo trato”, reclaman. Y con razón. Porque mientras en otras ciudades las soluciones llegan rápido, aquí las solicitudes se empolvan en escritorios.
El problema, además, no se limita a la ruta R-35, también la R-49, la R-336 y varios otros caminos rurales de la comuna están en condiciones deplorables. El abandono es transversal y la molestia crece.
Hoy, los vecinos no piden favores, exigen derechos. Caminos dignos, seguros, transitables. No puede ser que quienes alimentan la región desde el campo tengan que enfrentarse a la desidia estatal cada vez que encienden su motor. El llamado es urgente, claro y directo: que las autoridades escuchen, vean y actúen, porque la paciencia ya se agotó… y el invierno recién comienza.


