Andrea Jaque
La exposición, contó con la presencia del director de la sede de la Universidad, Juan Pablo López Pinilla, delegaciones escolares, profesores normalistas, miembros de EFE, la Compañía de Danza Mayor y un público ávido de historia. Fue un viaje cuidadosamente trazado entre el rigor documental y la sensibilidad artística. Cretton, con la precisión del historiador y el alma del narrador, reconstruyó aquel 26 de octubre de 1890, cuando el Viaducto del Malleco fue inaugurado en Collipulli, marcando el inicio de una nueva era ferroviaria. Ese día, con la presencia del presidente José Manuel Balmaceda, Victoria recibió al tren como quien recibe al porvenir.
La presentación, lejos de ser una simple exposición, fue una experiencia inmersiva. Gracias a la inteligencia artificial, los registros fotográficos de la época cobraron vida, permitiendo a los asistentes mirar de frente a los rostros del pasado. La danza, por su parte, tejió el hilo emocional: coreografías de época y una puesta en escena donde cada paso era una reverencia a la historia.
El Viaducto del Malleco, obra monumental que se alza a más de 100 metros sobre el río, fue diseñado por el ingeniero chileno Victorino Lastarria y construido por la firma Schneider y Cía de Le Creusot. Durante años se creyó que Gustave Eiffel había sido su artífice, pero esto correspondió a un mito.
También se habló del origen del nombre “Púa”. Por décadas se pensó que provenía de “Puesto Urrutia Albarracín”, en honor a figuras ligadas al ferrocarril. Sin embargo, investigaciones revelan que el nombre ya existía antes, vinculado a un estero homónimo, posiblemente de raíz mapuche. Así, la historia se afina y se depura.
La llegada del tren a Victoria no fue sólo un avance técnico, fue un cambio de alma. La calle Pisagua se convirtió en eje comercial, surgieron hoteles emblemáticos y la estación se volvió centro social: lugar de esperas, de encuentros, de despedidas. El silbido del tren marcaba el ritmo de una ciudad que aprendía a mirar lejos y que era transformada también en el ámbito económico y arquitectónico.
Nivaldo Cretton, agradeció a la universidad, a su director y a todos los presentes. Su labor, más que una exposición, es un acto de preservación. Educar, inspirar, conectar generaciones. Porque la historia, cuando se cuenta con pasión y se viste de verdad, se transforma en memoria viva.
Y así, entre imágenes que respiran, danzas que evocan y palabras que abrazan, Victoria volvió a escuchar el tren. No el de hierro, sino el de la conciencia, ese que nos recuerda que el futuro se construye sobre rieles de memoria.

