Andrea Jaque
Su trayectoria, sin embargo, no comenzó en los museos ni en los teatros. “Estudié Agronomía en
Valdivia cinco años, pero descubrí que para lo único que servía era para arreglar cosas”, confiesa
con una sonrisa que no oculta la seriedad de su oficio. Tras abandonar la universidad, ingresó a un
taller en Santiago, obtuvo cuatro becas y partió a Europa. Allí, se formó como restaurador y desde
entonces su vida transcurre entre Europa y Chile, entre lienzos coloniales y escenografías que han
dado cuerpo a numerosas obras teatrales.
Pero hay un nombre que resuena con especial afecto en su relato: Héctor “Tito” Noguera. El vínculo
entre ambos no fue casual ni superficial. Se conocieron en Módena, Italia, en un encuentro de
teatro liderado por Peter Brook y Grotowski. Alejandro llegó sin invitación, movido por la intuición.
Tito lo acogió con generosidad: “No te preocupes, yo te consigo la entrada”, le dijo. Así nació una
amistad profunda y una colaboración artística que se extendió por décadas.
Juntos crearon obras memorables como Theo y Vicente segados por el sol, basada en las cartas
entre Van Gogh y su hermano Theo, auspiciada por la embajada de Francia. Alejandro diseñó la
escenografía y el vestuario, inspirándose directamente en los cuadros del pintor. La obra fue
reestrenada ocho veces y recibió múltiples premios nacionales e internacionales. Luego vino El Rey
Lear, con más de 50.000 espectadores en la Universidad Católica, en una versión traducida por
Nicanor Parra que transformó el inglés shakesperiano en poesía chilena. “Nicanor decía que antes
la gente se reía con Shakespeare. Él logró que el público chileno también lo hiciera”, recuerda
Alejandro.
La lista continúa: Tartufo de Molière, La Controversia de Valladolid, una obra basada en la Colonia,
en México, que cuestiona si los indígenas tienen alma y un monólogo del Quijote con una marioneta
de “Rocinante” enviada por Alejandro desde Europa a pedido de Tito. “Fuimos muy amigos. Yo
sabía que él estaba enfermo, me pidió que guardara silencio. Pensé que la enfermedad avanzaría
lentamente, pero no fue así”, nos confiesa. El funeral de Noguera fue multitudinario, con la
despedida previa del presidente. “Fue un duelo nacional. Tito empezó muy joven, hizo fotos, teatro,
novelas, fue Premio Nacional, un actor muy querido”.
Alejandro no sólo ha dejado huella en el teatro. Su trabajo como restaurador lo ha llevado a
intervenir siete iglesias patrimoniales en Chile y a trabajar en la colección de pintura colonial del
Museo de San Francisco, una de las más importantes de Sudamérica. En mayo de 2026, ofrecerá
una charla en la Universidad Arturo Prat, sede Victoria, sobre la Capilla Sixtina y su vasta
experiencia en restauración. “Acá mi trabajo es un aporte, porque casi nadie lo hace”, afirma con
humildad.
Desde su infancia en la escuela número dos de Victoria, pasando por Temuco y Valdivia, hasta los
escenarios de Santiago y los museos de Europa, Alejandro Rogazy Carrillo ha construido una
carrera que honra la memoria, la belleza y la dignidad. Su arte no sólo restaura pinturas: restaura
vínculos, historia y la posibilidad de que el pasado siga hablando en voz alta.
Y en esa voz, la de Tito Noguera resuena aún. Como un eco que no se apaga. Como una amistad
que se escenifica en cada trazo y en cada telón que se continuará abriendo.

