Nanette Andrade
La vida cambió completamente para el periodista angolino Jorge Abasolo Aravena y para su hermana María Teresa el pasado jueves 9 de enero cuando sufrieron lamentablemente las consecuencias de un incendio que destruyó por completo su vivienda y que lo envió a él al hospital donde aún permanece internado como consecuencia de las quemaduras que sufrió en un intento fallido por sofocar las llamas.
No obstante, lo que no pudo arrebatarle el fuego, fue su sentido del humor y su característica forma de hablar, cual filósofo y conocedor de las letras como es. Desde lo ocurrido, son innumerables las muestras de afecto y de solidaridad que ha recibido, las cuales a través de esta entrevista, quiso agradecer desde lo más profundo de su ser, no solo a quienes tienen más recursos disponibles, sino también y muy especialmente, a aquellas personas que no teniendo nada, han querido ofrecerle lo poco que poseen.
La experiencia vivida le ha llevado a ver que era momento de cambiar, de moverse, y si bien dijo estar muy consciente de aquello, cree que Dios se lo habría podido hacer saber con un golpe bastante más suave. “Con una bofetada me habría bastado”, comentó.
Hoy desde Las Noticias de Malleco, dedicamos estas líneas a nuestro periodista y colaborador y apelamos a las buenas intenciones de todos quienes lo conocemos, para sumar fuerzas y ayudarlo a él y a su hermana, a comenzar de nuevo.
Viendo en retrospectiva todo lo que ha ocurrido, ¿cómo te sientes?, ¿cómo ves la situación?
De varias maneras. Hablé con una gran amiga que es la Claudia Alessandri, y me dijo: – piensa Jorge, que esto no pasó por casualidad. Y yo estoy de acuerdo. Enrabiado estuve en un principio, no por mí, por mi hermana, no se merece esto, cómo se ha portado con nosotros, una maravilla, una mujer extraordinaria. Lo tomo como que los cambios que yo tengo que hacer en mi vida no los hacía, no por comodidad, sino tal vez por inercia. Y ahora sí, vienen cambios en mi vida que van a ser favorables. Me voy a manejar mejor y a conducir, porque el movimiento puede estar, pero al movimiento hay que darle dirección. Yo creo que estaba muy lento, caí en un estado casi letárgico; claro, porque tenía el dinero que gano, lo tenía seguro, no es mucho ni poco.
Entonces tenía que venir alguien a sacudirme para darme cuenta de que tenía que venir un cambio de mi vida; en este minuto es tanto el cambio. Gracias a Dios la plata está para adquirir un nuevo terreno con la ayuda de mi hermano Julio y de un tío también, que no son de fortuna, pero tienen una situación más holgada. Estábamos pensando la posibilidad de irnos de Angol, pero es una posibilidad de tantas, porque tanta gente me llama y sería desdoroso si nos fuéramos de Angol.
Yo creo que lo más probable es que nos quedemos, porque la votación va a ser entre tres, los tres hermanos que quedan, Julio que está en el norte, yo y mi hermana. Pero si mi hermana dice que no se quiere ir, le vamos a aceptar nosotros la decisión y ella no se quiere ir hasta el momento.
¿Cambio de barrio?
Sí, ya se está pensando. Y con mi hermano salieron, mi hermana y él, yo no los pude acompañar por razones obvias, porque estaba acá y eligieron un terreno bien bonito por calle Esmeralda, al fondo, cerca de donde alguna vez hubo la estación de ferrocarril. Yo no lo he visto el terreno, pero vino adelante Omar Riquelme, que es el arquitecto director de obra y me dijo sí, porque ese es muy buen terreno, muy buena decisión.
¿Y qué has pensado de todo esto?
A ver, pienso que yo habría cambiado y de hecho, he efectuado los cambios que debo hacer en mi vida, no con un golpe tan grande, bastaba con una bofetada, pero no con una andanada de golpes, casi de knock out, porque yo aprendo con menos, porque soy sensible. Pero que en una casa no quede nada, nada, literalmente nada. Ni siquiera se pueden abrir los refrigeradores.
¿Ahora, qué es lo que más te duele de todo eso?
El hecho de no haber salvado tan solo 1/5 de mi biblioteca, ese dolor me va a quedar de por vida. Sé que podré recuperar algunos libros en Argentina, sé que están todos ahí, algunos que yo tengo, pero hay otras joyas, esas joyitas históricas que me traían amigos de España, o de cualquier parte de Europa, EE.UU. porque yo no sé idioma, pero tengo amigos que hablan mucho idioma. Eso no lo voy a recuperar.
Los libros dedicados por Marcos Aguinis, por ejemplo, por grandes intelectuales, los puedo volver a comprar, pero sin las dedicatorias maravillosas que tenían. Perdí más de 600 entrevistas que pensaba pasar de casete a pendrive, porque cassette hoy día ya no se usa. Perdí todo eso.
Perdí la foto, no sé si queda un registro por ahí, una foto con Robert Kennedy. He sido el único que lo ha entrevistado en Chile.
Perdí muchos libros dedicados y bueno, no quiero pensar mucho en eso porque me da una lata. Me da rabia lo que sentí. Sí, es impotencia.
¿Por qué esto?, cuando yo habría aprendido, si Dios me quiere dar una lección, con menos habría aprendido, con un golpe de 100 kph, por decir, y me dieron uno de 900. Demasiado. Es como matar a una mosca con un bus, con un cañón.
¿Tú estabas solo en el día del suceso?
Fue como la 1:30, yo estaba almorzando con mi hermana y ella me dice: – oye, siento olor a quemado. Y yo le dije una broma, no sé qué, le hice una broma, no me acuerdo de qué. Pero de pronto, yo necesité ir a buscar algo a mi pieza. Pelo, le digo yo a mi hermana María Teresa, Pelo, María Teresa, espérame. De inmediato fui y veo la llamarada inmensa ya entrando a mi pieza. Me devuelvo instantáneamente.
Gracias a Dios yo actuó serenamente en estos casos. Y le digo Pelu, ¡sale, se está quemando la casa, sale, sale y llama a los bomberos!
Y lo primero que hice fue hacer que saliera mi hermana. Luego yo saco la manguera del jardín, que algo hizo, porque yo alcancé a apagar una llama grande, grande. Después me devuelvo, porque había otro foco que se estaba iniciando a la entrada de la casa. Le tiro un poco de agua, pero vuelvo a la llamarada grande que había apagado y efectivamente hizo efecto. Pero se llenó de humo la casa.
Y yo me meto dentro del humo para ver, – como me conozco de memoria la casa -, para ver si encontraba un haz de luz y poder hacer algo más. No encontré nada.
Es como estar trabajando en un ámbito de 21 grados y de pronto que llegue de arriba una cápsula que te atrapa en 44 grados. Eso fue lo que yo sentí.
Y ahí dije: – no hay nada que hacer. Doy media vuelta, gracias a Dios. No se veía nada, pero yo me sé el camino de memoria y salí, le entrego la manguera a un vecino dispuesto a ayudar y por supuesto, estaban los mirones de siempre, no aportan nada, por mirar nomás. Pero hubo gente maravillosa.
Incluso hay gente, vecinos, gente que estaba seguramente de casualidad pasando por ahí, que ayudaron, que yo no conocía. Y yo le paso la manguera a uno de ellos: – por favor, haga lo que pueda.
Y ahí me dedico a sacar los autos para dejar expedita la entrada de bomberos, carabineros y del SAMU. Y me senté en la vereda pensando que esto iba a pasar. Me dolía un poco la mano, pensé: -ya mañana estaré bien.
Y llega el SAMU y me hacen un examen, porque se pensaba que tenía las vías respiratorias comprometidas. Y llegó una niña muy diligente. Yo no sé el nombre, pero le envío un gran abrazo a todo el SAMU.
Entonces dije: – esto va a pasar, me van a dar una crema y mañana me voy. No, no, no, señor.
¿Crees ahora que fue un riesgo tratar de apagar el fuego?
Luego pensé qué había ocurrido y dije ¡Chupalla!, lo que yo hice no fue un acto de heroísmo, porque todo fue instantáneo, pero arriesgué mucho. Claro, pero también es porque quién no va a querer lo que tiene en su casa. Entonces uno a eso no lo llama riesgo.
Yo actué como habría actuado cualquier ciudadano de bien, nada más salir corriendo detrás de mi hermana habría sido un acto de cobardía. Y ahora estoy pagando las consecuencias.
Pero se han portado muy bien acá en el hospital.
¿Qué le quieres decir a todas las personas que te han llamado, que te han manifestado su intención de apoyar?
A ver, a esa persona que donó $5000, que yo no se los acepté, agregaría otra persona que conoce mi hermana que donó $10000 y que mi hermana sabe que tiene muchas carencias, pero se lo envió por transferencia. Entonces mi hermana y yo llegamos a la conclusión que hay que devolvérselo, porque es la situación que nosotros quedamos en una situación a la intemperie. Claro, pero sabemos que estas personas lo necesitan.
La Bernardita Riffo de la biblioteca, se ha portado muy bien, nos ofreció un departamento para dos personas, mandó la foto, mi hermana fue a verlo, es un departamento precioso. Mientras tanto, mi hermana está donde una gran amiga que adora a los perros, que es un hobby manía de todos nosotros, y donde Cecilia Bolívar, que también se ha portado un siete.
Y a mí me preocupa dónde va a quedar el perro, mi perrita, que la tiene Danilo (Pérez), un gran amigo y escritor, pero me las arreglaré de alguna manera, porque a esa perrita la abandonaron y es una perra educada. Se nota que la tenía gente que tenía holgura económica, pero estrechez espiritual.
Todas esas personas, mi más profundo agradecimiento. Hay una palabra que para mí es la correcta; es que yo soy un adorador del idioma. Hay una palabra que se usa poco, que es inefable. Inefable expresa algo que no se puede describir con palabras y sin embargo la palabra existe. Parece una antinomia, pero no lo es. Inefable, porque no puedo explicar en palabras lo más difícil de expresar de un ser humano, las emociones. Por la razón se pueden explicar muchas cosas, pero las emociones son muy personales. Y yo tengo un agradecimiento enorme de gente que me ha llamado: -Jorge, dame tu cuenta para depositarte. Y gente que no esperaba, gente que es adinerada, otra gente que no lo es. Y gente común y corriente, como la gran mayoría de los chilenos que ahí están. Y otros que me dicen: – cualquier cosa, a tus órdenes.
La villa Kimpén, todos un siete. La villa donde vivo, qué pena que parece que tengamos que irnos de ahí porque Pepe Echeverría, la presidenta, que no me acuerdo el nombre, estoy omitiendo el nombre, estoy siendo injusto. Mi colega que trabaja en Malleco 7, Arturo Zúñiga, un siete. El doctor Igor Fritz, que fue el primero cuando yo llegué acá (al hospital), él estaba por casualidad porque trabaja también acá y yo venía sin teléfono, desesperado por ubicar a mi hermana. Le digo: – Igor, ¿me puedes prestar el teléfono? Toma, úsalo el tiempo que quieras. Entonces, esos gestos no tienen precio, no tienen valor.
Y eso habla del valor humano. Tanto de Arturo Zúñiga, del doctor Igor Fitz, el doctor Bayo, Pancho Bayo, que es amigo mío, que ahora no está, pero que me envió recomendaciones a larga distancia. El doctor Aguilera, el único de mi curso de la generación que se pegó un pique de varios kilómetros para venir a verme. Entonces, son gestos que realmente a uno lo conmueven y ya estoy pensando cómo retribuirlo.